Me nace cuidar. Siempre he escuchado más de lo que he hablado, como si no tuviese nada que decir. Ahora sé que sí. Me refugié en la música, los libros, las telas, el bordado y los paseos para contarme todo lo que quizá no soy capaz de verbalizar. O sí, pero nunca encontré mi refugio en otra parte. Por eso apretaba los dientes con fuerza. Aún hoy me cuesta.
He pasado mucho tiempo bajo la lluvia, y, aunque hoy luzca un sol que quema encima de mí, a veces la tormenta me pilla por sorpresa, mojándome hasta lo más hondo. De vez en cuando miro al cielo por si vienen nubes negras. Si llegan, me alejo. Otras, en cambio, abro el paraguas y me adentro. Que sea lo que Dios quiera. No todo son chaparrones, hay un tipo de lluvia invisible, liviana, sutil. La lluvia fina. Tan ligera que te permite seguir, aguantar. Suele quedarse a vivir en ti y tú te dejas, porque no molesta. E incluso puedes llegar a acostumbrarte a ella. La lluvia fina. Siempre está. No sabes de dónde viene, llega por todos lados. Y soportas, la escuchas en silencio por minutos, horas, días, años. Pero, si te das cuenta, esta también cala. Duele. Reconcome. Por eso eché a correr.
Últimamente pienso en esto. He visto a esa niña pequeña, sus pasos, sus charcos, su paraguas. No siento nostalgia ni pena, sí cierta ternura al reconocer lo poco que ocupaba y lo mucho que tenía dentro. Ahora, que ocupo un poco más, peso menos. Qué contradicción tan maravillosa. He ido soltando todo eso que sobra y, poco a poco, voy llenándome con momentos que se van grabando en mi retina para no olvidarme de ellos. La digestión es más suave y me permite seguir andando tras un empacho. Ya no llueve tanto. Un atardecer, un brindis, una sonrisa, volver al norte, los viajes en tren, una película, un abrazo, un guiño, un beso, el mar, el sol, los libros, conducir de madrugada. La calma, después de todo.
No sé cuántas cosas caben en tan solo un año, ni cuántas vidas en veintiocho. Ni todas las que me esperan. Pienso en todo lo que podría salir bien y lo he adoptado como forma de estar en el mundo. Quiero quedarme a vivir así para siempre.
Marta Osuna.
Una lluvia de sensibilidad compartida