5 de diciembre. 21:50. Me acabo de sentar en mi asiento, 31 D. Tengo miedo a volar. Una hora de retraso. Llevo varios meses pensando en este preciso momento y otros tantos días sin dormir. La última vez que me subí a uno, casi muero. Literal. Si ya de por sí me costaba, lo de la caída libre al intentar aterrizar en el aeropuerto de San Sebastián en abril de hace un par de años (ya os he dicho que no me gusta volar), fue la gota que colmó el vaso. Pero aquí estoy, superando mis miedos. Mi mes de diciembre versa sobre esto. Los miedos. Solía pensar en los sueños, ahora me preocupa más la mente. La mía. Una semana preparándome para volar: AirPods, libro y un podcast. Y pelis que acabamos de descargar en la T4. Es lo único que consigue apaciguar mi respiración en estos momentos. Mi Wrapped de Spotify dice que en 2024 he escuchado un total de 35693 minutos, lo que equivalen a 594,88333 horas. Pocas me parecen. Me propuse leer 30 libros llego a 40.
Es un miedo irracional, todo está en mi mente. El miedo a volar (o a aquello que no me deja dormir bien). Cuando lo digo en voz alta, siempre sueltan un “Es el medio de transporte más seguro”, “un coche es más peligroso y sí conduces”. Me da igual, tengo un miedo clavado en el pecho y no se va a quitar tan fácilmente. O sí, para eso estamos. Me persigno mentalmente, como hace mi abuela cada vez que cojo el coche. Que sea lo que Dios quiera. Quizá los cuatro cafés no ayudaron a que el vuelo fuese agradable, sí lo hizo quien me cogió de la mano y me puso sus AirPods con música clásica momentos antes de subirnos al avión. Desconozco si sabía que eso era (y es) lo único que consigue calmarme, pero lo hizo. Respiré tranquila y el miedo se disipó.
Viajamos a la ciudad a la que me juré volver antes de que acabara el año y no pude dejar de sonreír. Y de reír. Y de comer pasta. Conseguí estar presente en cuerpo y alma después de muchos meses y vimos un atardecer precioso frente a la Basílica de San Pedro. Me sentí muy afortunada. Tanto que tengo todo grabado en mi retina para no olvidarme de nada, aunque sé que jamás lo haré. Qué suerte volver.
En diciembre vi el capítulo 7 de la serie Los años nuevos. En una escena, los protagonistas pasean por el río de Lyon y ella le cuenta cómo este casi se desborda el invierno anterior. Hay tormentas que se lo llevan todo y te dejan incluso sin habla. Sin embargo y, como es normal, el caudal bajó con la primavera y el sol volvió a salir. En esos momentos, su mirada estaba perdida, ausente, triste. A los pocos segundos, él le dijo “ahora te sientes ahogada, pero bajará”. Volverá la calma.
Tiempo al tiempo.
Marta Osuna.